POESIEGESPRÄCH: YANKO GONZÁLEZ
Mit einem Bild von mir im Kopf

Yanko González‘

Yanko González‘ (geboren 1971 in Santiago de Chile) Werk ist ein Meilenstein innerhalb der chilenischen Tradition nach dem Ende der Diktatur. Seine Gedichte wurzeln im Mündlichen und erforschen die Ränder der Gesellschaft. Er experimentiert mit Soziolekten und parodiert akademische Fachsprachen. Nach eigener Auskunft will er Texte für die Menschen schreiben und keine Mausoleen errichten, die die LeserInnen ausschließen.

Poesiegespräch in deutscher Übersetzung

Poesiegespräch im spanischen Original

Chile, a finales de los años setenta. Yanko González apenas tiene diez años. Su padre trabaja como chofer para la editorial universitaria en Santiago de Chile y tras el 11 de septiember de 1973 es encargado de transportar cientos de libros para que estos sean quemados. Los libros van a una camioneta, el padre de Yanko sale con ellos –y se los lleva a su casa. Unos años después, su hijo Yanko en un lugar apartado del hogar familiar da con un corpus de textos y autores censurados, –Enrique Lihn, Nicanor Parra, y otros–, y así se adentra en el mundo de la poesía.

La socialización política de Yanko González inicia en los años 80, pero tiene su origen en esta iniciación literaria clandestina. Miembro de las juventudes socialistas y comprometido con el movimiento estudiantil, Yanko González vive la transición a la democracia bajo la impronta de la utopía política desvanecida. Cae el Muro de Berlín. Yanko González se lanza a la búsqueda de un nuevo camino, literario. Sin embargo tras los primeros contactos con la escena literaria de aquel momento, no lo abandona la impresión de que falta cierta radicalidad expresiva. Abandona la capital y se instala en el sur del país, donde inicia un estudio de antropología, además de dictar talleres de literatura.
Yanko González sigue viviendo en Valdivia, donde hasta hace poco fue decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Austral. Después de una estadía de Post-Doc en Newcastle continúa trabajando ahí mismo como profesor de antropología. Sin embargo, se lo conoce ante todo como poeta.
Con toda intención, los libros de Yanko González salieron en una pequeña editorial en Valdivia, Ediciones el Kultrún. En 1998 se publica Metales Pesados, um poemario que da fe de una especial atención, influenciada por los métodos de la antropología; un espacio de resonancia en el que la ira social y política alza la voz y se mezcla con el sutil registro de la ironía. Un ejercicio de equilibrio entre el espacio interno y el de afuera, impregnado por un saber poético muy diseminado. Además, y como demostró en Latinale 2008, Yanko González sabe poner en escena la lectura poética, hacer de ella un acto performático. Recitar un poema, y hasta componerlo, resulta ser un acontecimiento –y siempre una improvisación.
Lector de sí mismo, lector de muchos y muchas otras autoras cuyos nombres aparecen en sus textos como cabezas de alfiler en una cartografía poética, Yanko González brinda un obra crecida bajo la impresión de un gran cuidado y un talento de observación muy destacado. Después de Metales pesados, esta obra sigue su camino en 2007 con Alto Volta, en 2011 con un libro de gran formato titulado Elábuga, y en 2018 con Torpedos. En la siguiente entrevista se hablará de la suma de estas obras, de la selección de textos recogidos en 2019 por Lumen (ahora Random House) bajo el título Objetivo General, y además de algunos sutiles detalles que arrojan luz sobre el método poético de este gran autor chileno. 

RB: Yanko, bienvenido “a Berlín”’. 

YG: Gracias, Rike. Créeme que esas comillas me entristecen mucho, pues aunque he tenido la oportunidad de pasar fugazmente por Alemania hace un par de años, la estancia “literaria” en Berlín en el contexto de la LATINALE que tú misma organizabas junto a Timo Berger, hace ya más de un década, fue decisiva desde el punto de vista creativo y biográfico. Y, evidentemente, volver al “Berlín literario” este verano de 2020 venía a reparar toda la nostalgia, la memoria y los pedazos de lo que uno era y que quedaron en las cercanías de Alexanderplatz o en las calles -todavía sin gentrificar- de Neukölln. Pero bueno, no le podemos ganar todas las batallas al coronavirus. 

RB: Yanko, eres creador de un proyecto poético de muy larga duración; tu obra se construye sobre un gran respeto a los tiempos que demanda el profundo proceso de escritura(s). Sabemos que este proceso inició a finales de los años ochenta; y aun antes, cuando empezaste a leer poesía dando con los libros rescatados por tu padre, en plena dictadura militar. ¿Qué tanto el poeta es lector y cuándo este estatus es más meticuloso, y a la vez, más despiadado: leyéndose a sí mismo, o a otro/as? Conforme vayas respondiendo a esta pregunta, ¿nos podrás poner al corriente de cuáles son lo/as poetas que resonaron y siguen resonando sobre el camino de tu marcha poética? Tu obra está colmada de dedicatorias, de epígrafes… ¿Quiénes habitan tu obra? 

YG: Sí, [mi obra es] de largo aliento, pero también de escritura lenta, tan lenta que pareciera que no escribo. Es que no he hecho de mi musa una ramera y avanzo, titubeo y retrocedo cuando creo que tengo algo que escribir o que borrar. Y casi siempre eso ocurre cuando he acumulado suficientes voces, escozores, irritaciones y dolores propios que, con más o menos fortuna, intento colectivizar y, a veces, politizar. Es que no concibo un poema sin gente adentro y, a veces, toma tiempo reunirla y escucharla, porque ya sabes, estamos -como nunca- sumergidos en la velocidad y en el ruido, por lo que cuesta recoger voces sin oír crujidos, estrépitos, bullanga. Pero sí, no cejo en la tentativa de rebelarme a cierto solipsismo lírico, y hacer un esfuerzo por capturar el origen de los reflejos que componen toda escritura. En ese sentido, si hay algo que tensa lo que escribo es el estatuto que le doy a la metáfora. Para mí tiene un poder cognitivo, es decir no sólo captura de manera eficaz aquello que impunemente llamamos realidad, sino que de manera simultánea es capaz de desentrañarla. Es curioso – ¿no?- cómo a partir de una invención amplificada, estética o “anestéticamente” potenciada, podemos hacer iguales o más eficaces distinciones que las fórmulas provistas por la ciencias físicas y naturales, su metodología y su fastidiosa literalidad. Y claro, desde mi primer libro –“Metales Pesados”- muchos poemas se vertebran por esa tentativa. Lo que quiere decir que aunque se proponen dibujar -por ejemplo- las miserias del tardo-pinochetismo y la perpetua y transigente “transición a la democracia”, lo hacen desde la oblicuidad y la imaginación, pero no sólo provista por el “poeta ventrílocuo” -tan predecible en su autoría y autoridad-, sino por los que pueblan el poema, las fuentes nutricias, orales y documentales que, las más de las veces, descreen del poeta y del poema. Creo que en ese vórtice, donde todas esas hablas y lo nombrado se fricciona, queda un rescoldo “crítico-político” y estético digno de registrar. En ese sentido puede que sea un iluso, pero creo no sólo en la oralidad, sino en la coralidad de la poesía y si el poeta tiene un deber, es el de dejar el poema mejor de lo que lo encontró. Y claro, redecirlo, crearlo y recrearlo, significa volver a colectivizarlo, a desprivatizar al sujeto lírico. Ahora, ¿autores que he llevado conmigo para sostener esto? Sería abusar de tu paciencia, pero te puedo nombrar algunos de los primeros que leí y como he vuelto a ellos, son ahora los últimos, como Maiakovski, Jlébnikov y tantos más que circulaban por el ”Perro Vagabundo”, el sótano y cantina de San Petersburgo. Creo que hay ahí -más allá de lo cifrado del futurismo poético ruso- una voluntad comunicativa, que busca capturar y liberar voces y vidas. En Chile, por ejemplo, la compañía de De Rokha, especialmente del libro “Escritura de Raimundo Contreras” o la obra del peruano José María Arguedas, me dieron pertrechos para cotejar muchas otras lecturas que, quizás, se evidencian más en mi escritura, como el coloquialismo y parte de la neovanguardia chilena o latinoamericana. 

RB: Yanko, tu obra no solamente nos brinda espacios polivocales, en o desde los cuales nos hablan las voces más diversas – las voces ‘del pueblo’, y, como acabamos de trazar, las voces de otras obras poéticas. Es más: tu obra es también performativa. Pones el cuerpo en la palabra, por un lado. Por otro, al subir al escenario, aprehendes la palabra – no tanto tu palabra, sino la palabra, cual materia prima, moldeable y también reciclable, obviamente–, como impulso que te hace caminar y performar un setting comunicativo, contigo mismo, y con el público. Pienso en un poema, -ya clásico, muy reclamado, aplaudido, por lo menos en Latinale 2008-, como “que no quiere”. Texto de gran insistencia corporal y ¿moral?, declamación cadente, simple y a la vez tajante, cuyo ‘truco’ consiste en invertir los elementos de un bestiario social, – perro y cerdo:

Que
no
quiere
morir
como
un
perro
nadie
quiere
morir
como
un
perro
todo
ser
humano
merece
no
morir
como
un
perro
ha
vivido
como
cerdo
y
no
quiere
morir
como
un
perro.

Quisiera que te explayes un poco… 

YG: Mira, aunque sé que no soy un lector indiferente o indolente de mis textos, la eventual escenificación de mis poemas no responde a una línea de trabajo muy autoconsciente o sistemática. Desde mis inicios, cuando tuve que mostrar mis trabajos en público, me liberé de la esclavitud de pensar cómo representarlos, cómo “cantarlos” y dejé al flujo del momento, el camino o la búsqueda más eficaz para comunicar el interno y el entorno del poema. Lo que hay detrás de cada lectura es la búsqueda por encontrar y recordar -en el momento- la partitura mental y emocional con la que fueron recogidos, registrados e imaginados esos poemas, esas voces. A veces son íntimamente leídos, exageradamente pronunciados o irritantemente subrayados. Yo no solo colecciono y superpongo vidas y voceos admirables, virtuosos o ejemplares, sino también los que odio con encono, que me cautivan por estar en las antípodas de mis credos o mis apostasías y que sin ese proceso de apropiación íntegra -sónica y textual-, no las encuentro en el poema. Y esto no es un proceso mimético, no tiene pretensiones de reproducción de las fuentes “originales”. Ni calco, ni cálculo, esto opera básicamente a través de la hipérbole, de la amplificación, pues es a través de esta ficción, de esta distorsión -es decir, de la metáfora- que podemos apresar algunos centelleos decisivos de lo “real”. Y bueno, so pena de destruir el poema que citas explicándolo, te puedo contar que está construido a partir de un fragmento de alguien muy honorable y puesto en la boca de una de las personas -y familias- más ricas de este país, dueños de la celulosa “Arauco”, empresa probadamente responsable de la contaminación del Santuario de la Naturaleza Carlos Anwandter, en Valdivia de Chile, hace algunos años. La primera vez que lo leí en público, estaba un amigo, gran escritor y performer ya fallecido, Pedro Lemebel, y me dio un listado de otros nombres y voces posibles que ese poema le calzaba perfectamente. Tarea cumplida, pensé, puesto que el poema tiene las alas para desplazarse y remasterizarse más allá de su origen y sentido inicial. Ahora bien, comprenderás que tampoco soy un ingenuo. Por mi formación y deformación como antropólogo y por todo lo que te cuento, de manera natural me han interesado aquellas y aquellos que transitan estos meandros y toda la poesía oral, sonora, “alterante” no me es ajena, la sigo y la consigo, pero más que como un estudioso, como un simple “lecto-escuchador”. Y es quizás fruto de ello que llegué -por citar a un compatriota tuyo- al gran Helmut Heißenbüttel o, antes de irme a Inglaterra, grabar un disco de “oralitura” poética (aún inédito) con el poeta, rockero, punketa y aún revolucionario, Mauricio Redolés. 

RB: Yanko, más allá de la faceta performativa de tu obra, que así se vuelve obra en construcción y colectiva (para con el público que empieza a ‘sentir’, a experimentar’ la palabra), hay otro aspecto que me interesa: ¿cuánta influencia hay en tu proyecto poético desde las vanguardias históricas y las neovanguardias (inter-)nacionales? ¿Cómo entran en tu quehacer poético los objets trouvés, por ejemplo, u otras nociones y prácticas clave de las (neo-)vanguardias? 

YG: Todo ello tiene que ver con mi interés algo porfiado por lo prospectivo, más que por lo experimental, porque creo en la inestabilidad del poema. El contexto histórico en que comienzo a escribir -que son los últimos años de la dictadura- y a poco andar, mis intereses políticos y literarios, se terminarán fundiendo en mis estudios de antropología. Será la antropología la que me abrirá la puerta para entender que la poesía no tiene esencia (no podemos definirla y preguntarnos por el ¿qué es?), tiene ocasión: sabemos cuándo hay poesía y cuándo no en función del momento histórico y cultural donde ésta se inscribe, se escribe o se hace sonar u holografiar, o quién sabe qué en el futuro. En mi caso y en esa época, quería darle una salida convergente, pero también aportadora a una rica tradición “social”, pero también “experimentadora” en la poesía chilena y latinoamericana. El problema era cómo hacerlo sin caer en el “poema como causa” o trotar cansinamente detrás de las obras más vanguardistas de los 80. No me importaba tanto dar continuidad al soplo político, militante o conceptual de esas poéticas (en ese sentido no me representa esa de idea de Enrique Lihn de que uno escribe para no hacerlo como los demás), por lo que me interesaban enormemente todos esos pasados escriturales, para conversar con ellos, replicarlos, intervenirlos. No obstante, buscaba también anarquizar esas herencias y contaminarlas con otros géneros y discursos, particularmente el que yo había hurgado en las ciencias sociales, dirigiendo sus luces y sombras hacia otras zonas. Así, por ejemplo, en “Metales Pesados”, mi tesis era que el espejismo de la transición a la democracia se sostenía a través de la domesticación de la juventud, pues eran estos actores ya por su peso demográfico o su politización y lucha activa, los que le habían quebrado la mano a la dictadura, por tanto se configuraban como los elementos más peligrosos para las nuevas elites “democráticas”. Vi en esa operación de desactivación de las energías contestarias juveniles lo más pútrido de la transición y por eso supuse que etnografiando y ficcionalizando sus voces, en toda su crudeza, la poesía podía prospectar como ningún otro género, en aquellas zonas mudas de nuestra temerosa, larga y “santa transición”.

RB: Háblanos un poco de tu proyecto “Torpedos”. Spickzettel en alemán. Un proyecto dedicado a los apuntes escondidos, – que en español son designados de mil hermosas maneras – desde acordeón en México, hasta trencito, en Uruguay. Haces referencia a las armas clandestinas usadas en contra del mandato de la memoria en el aula, contra el régimen del tener que saber (y escupir) datos aprendidos de memoria para poder pasar un examen académico. Praxis de larga tradición, los torpedos hoy día ya tienen sus dispositivos electrónicos (¿y por tanto ha perdido su encanto?). “Torpedos” inicia con un fabuloso epífrage: “Me lo olvidé de memoria”. Firmado: B. Lerner. Quién es B. Lerner, que, en alemán, quiere decir: ‘quien aprende’. ¿De qué van tus torpedos? 

YG: ¡Curioso! No había reparado en ello. Sí, “el que aprende”… Bueno, su nombre es Ben, Ben Lerner y es un magnífico poeta que me regaló, sin querer, ese epígrafe que creo sintetiza lo que hay detrás de “Torpedos”. Un “libro” -entrecomillado, pues no sé qué formato tomará finalmente- en el que estoy hace varios años trabajando. En rigor son unas miniaturas textuales, visuales y materiales donde persiste esa avidez, como te decía, por lo prospectivo; una insistencia en que el poema esté siempre de pie, que no pueda sentarse, que esté siempre de paso y, a veces, a marcha veloz. De otro modo lo decía Charles Simic ¿no? La poesía es como asaltar un banco, la idea es entrar, dar una voz, hacerse con el botín y salir corriendo. Como me ha interesado desde siempre por la poesía visiva, objetual, oral y performática, es decir, la que está condenada al movimiento, la elección del camino se dio casi en forma espontánea y la prospección de “Torpedos” se relaciona, como bien apuntas, con el hastío de algunos deberes culturales, como memorizar, enseñar y cumplir sistemáticamente expectativas y objetivos, tal como se da en muchos espacios educativos formales. Por lo que detrás de su escritura hay un enfado con la obligatoriedad de aprender contenidos culturales arbitrarios -como todo contenido cultural- para cumplir y resolver tu biografía, para ser “alguien en la vida”. En su momento pensé que ese hartazgo no podía ser expresado de manera grandilocuente, glosando el propio estatus de los contenidos “esenciales” que te enseñan para la vida. Creí que tenía que hacerse desde lo opuesto, desde lo precario y lo tramposo, como son los torpedos –o “chuletas” como le dicen en España-, que resumen a través de una humilde artesanía el absurdo de lo que debe ser memorizado para “realizarse” en la vida. En un comienzo vi en Torpedos la única salida alentadora en relación con mis obsesiones teóricas y escriturales. La poesía como una antropología microscópica, la escritura como escultura pobre, como prótesis de la memoria, como disfraz y como trampa. Pero después caí en cuenta que tanto o más importante que esa hinchazón teórica, era el momento. Es decir que todo aquello era secundario con respecto a un momento esencial y sensorial, que no es otro que el acto de escribir, sumado al de fabricar y transfigurar con tus propias manos un poema. Momento en el cual fui consciente también -como se sabe y lo repito- que un poema no comunica un qué, comunica un cómo.

RB: Nos podrías hablar un poco, en relación con este proyecto de los torpedos, pero también en lo relativo a otras partes de tu obra, de las dimensiones meta-poéticas de tu escritura? Su transmedialidad… la influencia del cine, por ejemplo, las música… (“ Bola de Nieve, vete de mí, H. Nilsson, without you, L. Cohen, a thousand kisses deep, […]”). Tu obra es muy ‘permeable’… 

YG: La poesía es un género mendigo, que pordiosea saberes y experiencias en cualquier lado y en los basurales de la industria cultural, en el del conocimiento académico o especializado, o en la propia literatura, existe un caudal nutricio, rico en fuentes y a la mano. Transmedialidades, intermedialidades y multimedialidades son las constantes de la poesía en nuestros tiempos. Creo que he explorado apenas algunas posibilidades en cuanto a medios y fuentes, pero empeño no me ha faltado. En cada uno de mis libros he explorado una solución a las voces nutricias con las que han ido escribiéndose. En “Metales Pesados” muchas de las fuentes son orales, musicales, sónicas y el recurso empleado son las notas al pie que disputan y finalmente colonizan la voz principal de los poemas. En “Alto Volta” hay un trabajo con fuentes históricas y documentales sobre nacionalismo, xenofobia y xenofilia y la idea fue disponer textos como ecos grises de esas citas y fuentes, no tanto para disputarle protagonismo al poema, sino para deformarlo, de ahí que varios están acompañados de fragmentos textuales impresos en color plomo, al costado o sobre el poema principal. En “Elábuga”, las voces eran más cercanas y la decisión fue transformar el interior de la extensa tapa del libro en una muralla donde diferentes poetas escribieran mi obituario. Ahora, en” Torpedos” parte importante de las fuentes no son textuales, sino materiales y cotidianas, por tanto están referenciados en el objeto en que están inscritas. No sé, creo que en la cocina de mi escritura hay poco misterio. Cuando estoy abocado a ella, observo, pregunto, escucho y registro profusamente; me paso mucho tiempo investigando y transcribiendo y demasiado tiempo probando versiones de poemas que, muchas veces, se publican diez años después. ¿Pero cuál es el apuro? No espero pasar de curso, ni ser el primero de la clase, ni recibir un diploma. Por lo demás, tampoco nadie está expectante que escribas otro libro. Quizás todo lo contrario, ¿no? La gente no soporta un libro más de poesía. La verdad, me cuesta no encontrarles la razón. 

RB: Yanko, desde hace semanas, estamos (tan extraño este plural, que poco tiene que ver con las realidades de segregación y discriminación, tan manifiesta con la crisis sanitaria) – retomo: estamos, como ‘humanidad’, hablando de y tomando medidas contra la muerte… Ahora, tu obra Elábuga, en cambio, se interesa por las medidas que facilitan la, o más bien una muerte… de anatomía muy específica… Es decir, este libro publicado en 2011 nos presenta una galería de suicidas y de escenarios tabú, y los ‘des-tapa’.
Parecería que Elábuga mide el peso de la muerte – pero, ¿de qué muerte? ¿El suicidio es una “travesura contra la gravedad?”… es abreviación… de qué? ¿Quiénes, en tu poemario, eligen esta opción? Y además, ¿el suicidio es acaso un acto poético? (‘cito’: “un cuerpo [poético] en el “atajo” que brinda el “peso justo” “para sacarle” la “lengua al mundo”? ) Y, otra pregunta: ¿Uno puede enamorarse de un arma de fuego y a la vez temerle a un cuerpo “que gira en la cocina”? 

YG: Sabes, ese libro ha resultado un antídoto para estos tiempos de muerte y amenazas de finitud. Una “vacuna mental” no sólo contra la enfermedad y la muerte que asola al mundo, sino con la enfermedad y muerte que me asolan de cerca, pues desde los albores de la pandemia, han muerto amigos, murió la pareja de mi madre, yo fui operado y tuve una convalecencia dolorosa e interminable y mi propia madre está ahora en estado grave, por lo que me he pasado en cementerios y hospitales. Así, todo lo que metaforiza el libro -desde enamorarse de una pistola, hasta ahorcarse “para sacarle la lengua al mundo”, me ha ayudado a inmunizarme de estos tiempos malditos. Tiempos en que se escucha la palabra “oportunidad” reiterada hasta la náusea, cuando la única oportunidad que veo es la oportunidad de enfermar y la oportunidad de morir. Mira, de “Elábuga” había publicado 10 poemas -de los cerca de 75 que originalmente llegué a escribir- en un libro objeto de edición limitada. Esos poemas eran como un pequeño puñado de cartas que, aunque insinuaban el mazo completo –comenzando por el título que alude al nombre del pueblo donde acabó con su vida la poeta rusa Marina Tsvetáyeva-, también lo disimulaban. En su momento (año 2011) me referí al tema del libro y lo que esos textos significaban en mi biografía y la inmersión en el tema que trata, que es la muerte voluntaria por ahorcamiento. Me interesaba sobre todo aclarar la distinción que este método suicida tenía desde el punto de vista material y simbólico. Como quizás habrás leído, una de las ideas fuerza del libro es que el ahorcado inscribía su propia muerte en la prolongación de la vida, dejando su cuerpo como represalia al resto en la medida que su cuerpo seguía erguido como un vivo. Sí, una travesura contra la gravedad, pero muy grave. Con tan pocos poemas, el libro quedaba abierto a múltiples posibilidades, las que fui explorando durante todos estos años hasta ponerle punto final en Inglaterra. Pero tuvo una factura distinta a mis libros anteriores por varias razones. La primera es que a poco andar, escribirlo me hacía profundamente infeliz. Lo que nació como una purga del dolor, se convirtió en lo contrario, una vuelta recurrente a una herida al punto que decidí abandonarlo y tirar todo. En parte por el interés de Vicente Undurraga -editor de Lumen- y en parte por mi salida de Chile lo retomé, pero ya con otra mirada sobre la escritura y creo también, sobre mi propia vida. Así, aunque había un horizonte, descarté la obligatoriedad del plan, de lo programático del libro y, sobre todo, descarté la autoridad de la tristeza para decir lo que los poemas pujaban por decir, sin sujeción a un diseño inicial o a una subordinación al “yo” como alma en pena. Así es que de meandro en meandro, se fue convirtiendo en una biografía coral del ahorcamiento, contada a través de múltiples vidas que fui coleccionando de manera oral y documental. Vidas que conducidas hacia el precipicio o la liberación por la vía del auto estrangulamiento, habían salido de la existencia –como dijo Lucrecio- como un convidado a un banquete, “hartos”.

RB: Yanko, tu obra esa una gran cartografía: indícanos algo sobre los nombres no solamente de sus personajes (en parte cifrados, encubiertos, por lo menos abreviados), sino también de sus topónimos. ¿Por qué ‘Elábuga’, por ejemplo? ¿Por qué tus poemarios no llevan títulos que hablen de Chile?

YG: Quizás es porque, salvo el título, todos los poemas vuelven una y otra vez -aunque cifrada o engañosamente- sobre mi país flaco y estrangulado por la cordillera y el mar. O quizás es un procedimiento, volverlo una y otra vez en un lugar extraño para postular que lo que odias -o amas- no tiene asegurado un lugar fijo en el mundo. 

RB: Una pregunta final que tiene que ver con la situación global frente a la cual en este momento no sabemos cuáles son los costos para que nos podamos ‘salvar el cuello’… Háblanos de “El lenguaje es un virus que viene del espacio /“, háblanos del ADN de este poema, y de cómo termina, por favor. 

YG: Decía un viejo poeta que el paraíso estaba lleno de gente que leía poesía y que el infierno, lo repletaban seres que te la explicaban. He hecho esto último en toda la entrevista y me siento muy culpable de hacerte pasar a ti y a los incautos lectores de estas respuestas, por el averno de las explicaciones. Rike querida, tengo una miedo irracional a aburrir a mis prójimos y a mis próximos y quizás sería prudente dejar ese poema a la intemperie, solo y desprotegido en medio de la pandemia, a ver si sobrevive su sintaxis final. 

RB: Gracias, Yanko. 

YG: ¡Al contrario! histórica y “presentemente” muy agradecido de ti.